Tántalo

por | 10 febrero 2014

Hijo de Zeus y de la oceánide Pluto, aunque también le atribuyen la paternidad al rey Tmolo de Lidia. Se convirtió en rey de Frigia o del monte Sipilo en Lidia. Con la pléyade Dione, o con Euritemista, Eurianasa o Cilita, según distintas versiones, fue padre de Pelope, Niobe y Broteas

Era extraordinariamente rico y famoso y los dioses olímpicos le distinguieron con su amistad, invitándole a comer en la mesa de Zeus y escuchar las conversiones que los inmortales tenían entre ellos.

Pera Tantalo, lleno de vanidad, comenzó a faltar la los dioses de diversa maneras: revelaba a los mortales los secretos de los dioses, les robaba su néctar y ambrosía y la repartía entre sus compañeros, escondió el perro de oro de Zeus y cuando éste se los reclamó ,juro que él no la había recibido.

Finalmente invitó a los dioses a un banquete y para  probar su onminiscencia, les sirvió el cuerpo de su hijo, Pelope, que había sacrificado, debidamente aderezado. Solo Demeter, que estaba ofuscada por la desaparición de su hija Persefone, se comió una paletilla. Los demás dioses, dándose cuenta de la atrocidad cometida, echaron los miembros descuartizados en un caldero y Cloto, le dio una nueva vida. El omoplato fue reemplazado por uno de marfil.

Ante tanta maldad y que para que no quedara impune su sacrilegio, los dioses lo arrojaron al Tártaro, donde fue sometido a sufrir un triple y eterno martirio en los infiernos. Estaba en un estanque con agua hasta la barbilla, sin embargo sufría una sed terrible, pues no podía alcanzar el líquido que llegaba a la barbilla, si se agachaba  para poder beber , el agua  desaparecía y en su lugar aparecía un suelo oscuro. Esto iba acompañado de padecer un hambre atroz. Detrás de él, tenía unas magníficos frutales, cuyas ramas estaban cargadas de rojas manzanas, peras, granadas, apetitosos higos y olivas, que se curvaban sobre su cabeza. Cada vez que intentaba agarrar una fruta con sus manos, se levantaba un terrible viento, que levantaba las ramas hacia el cielo. A este suplicio se le unía un terror a la muerte, pues encima de su cabeza había una roca suspendida en el aire que amenazaba con desplomarse a cada momento